Una mirada intimista de parte de la ciudad desconocida, aquella frecuentaba por parroquianos en busca de compañía, de evitar la soledad, entrar a espacios lúgubres y llenos de olores que los cobijan diariamente, es descubrir historias de vidas truncadas que se dejan llevar por la melodía arrabalera, por un bolero tormentoso que la cámara fotográfica captura instantes de personajes, de ambientes y luces siempre escasas. El blanco y negro puede lograr un retrato deseado, aceptado y complaciente de un cliente frecuente, de un músico trasnochado que se empeña en contar historias de mujeres infieles de los puertos.
Cruzar esos umbrales significa el compartir, recibir una sonrisa y un vaso de vino de un desconocido, una mirada amigable, un espacio en la mesa o simplemente sentir la compañía de la barra que siempre tiene un solitario que merece ser descubierto con una foto que será parte de la vida del lugar. Es por ello que en dichos lugares siempre en sus paredes, hay imágenes de quienes han transitado en diversos horarios, alguien que toma las fotografías, otro que acepta ser fotografiado y la pared que permite siempre entregar ese espejo del lugar, espejo de una realidad, una inmortalización de aquellos seres desconocidos.